El club de los sueños compartidos - #1
Primer capítulo de una serie de relatos compartidos entre unos cuantos locos y locas de la comunidad hispanohablante de Substack. ¡Vamos a ver qué historias salen de estos encuentros oníricos!
«Ojalá haya funcionado», me digo en un susurro mental mientras aprieto el puño derecho. Abro los ojos, consciente de que ya estoy soñando. Miro a mi alrededor. Otra vez lo mismo, la misma sala oscura con lucecitas de colores —azul y verde; rosas y rojas; rojas y moradas— colgadas en las paredes.
Es la quinta noche seguida que me encuentro en un sueño en el que, aunque yo no me veo ni conozco a las personas de mi alrededor, sé que son las mismas aunque a la mañana siguiente no las recuerde. No me hablan, ni tampoco lo hacen entre sí; pero me miran. Nos observamos los unos a los otros durante un periodo de tiempo que es indeterminado, como lo son los sueños en la consciencia dormida. Todos tenemos la misma expresión, como intentando comprender la conexión de nuestra presencia continuada allí.
Aquella noche, antes de dormir, quise intentar algo diferente, preparándome para intentar controlar un poco más ese extraño sueño repetido. Al acostarme, metí una mini libretita rosa y un pequeño lapicero en el bolsillo del pijama. No tenía nada que perder. Ahora pienso que ojalá haya servido para algo. Me toco el bolsillo y sonrío: ha funcionado. Saco la libretilla y el lapíz. Alzo la cabeza, miro a mi alrededor para comprobar lo que ya siento: todos ellos están donde la noche anterior.
De pie, el más cercano a mi derecha es un hombre bajito, que bien podría tener unos 50 años. Combina con la oscuridad de la sala: de tez oscura, pelo rizado moreno y ojos bien negros. Viste un jersey también de color oscuro, no sé si gris, azul marino, negro. Está sentado en una silla metálica, cabizbajo, pensativo. A su lado, un hombre bastante más joven no para de moverse de un lado a otro, inquieto. Físicamente me parece un hombre guapo, atlético, alto. Se nota que le gusta cuidarse y viste bien. Pienso si será así como se va a dormir, y me digo que qué tontería estoy pensando, como cuando viene alguien al hotel y, mientras les hago el registro, intento averiguar cosas de ellos por su apariencia.
De repente algo me saca de mis pensamientos y de ese escrutinio que estoy haciendo a las personas de mi alrededor. Es una mujer de edad similar a la mía. Me fijo en su piel morena y sus pecas en la cara. Por un segundo me siento mal porque, al mirar sus ojos marrones encapotados, profundos y de mirada melancólica que se dirigen hacia mí, pienso que debe ser mayor que yo, pues yo no tengo esas patas de gallo. Lleva un libro en la mano, pero no consigo distinguir su título. De repente se le cae frente a mí. Al ir a recogerlo por instinto, ella ya no está, y en su lugar está el anciano. Sus ropas me parecen harapos, quizá venga de otra época. No me parece español.
Me acuerdo de mi libreta y cuando la abro, recuerdo que no es la quinta noche que esto ocurre ni la primera vez que yo traigo la libreta. Tengo notas apuntadas: «treintañero que rondará los 40, alrededor de 1,75, ojos marrones, de los típicos. Me gusta su pelo rubiejo, y su cuerpo cuidado que se intuye bajo la ropa».
Me agobia ese giro inesperado en lo que yo había previsto como un sueño, por fin, más controlado en el que poder averiguar algo. Quiero despertar, pero no puedo. Tampoco soy capaz de decir nada; es como si hubiera perdido la capacidad de hablar. Cuando voy a abrir la boca, cambiamos de lugar y al mirarnos de nuevo todos —incluido ese chico sobre el que había tomado notas en la libreta sin ser consciente de ello—, me despierto. «¡Joder!».
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¡Me encantó este primer capítulo! Gracias por introducir a los personajes, estoy emocionada. ¡Gracias!
¡Quiero más!! Dadmelo todo 😋 Me has dejado con toda la intriga Cristina. Me gusta mucho 😃