El lugar: un avión; el detonante: una canción. El resultado: esta historia con poema incluido
Miércoles día 14 de mayo, en un vuelo Madrid-Bristol después de todo el día trabajando.
El avión Madrid-Bristol de EasyJet que tenía que salir a una hora, por supuesto sale a otra. Retrasado. Es miércoles por la noche, tras tres días a tope de trabajo, cerrar corriendo para ir al aeropuerto y esperar allí tirada para poder subir al avión. No sin antes pasar la típica agonía —elegida, eso sí— de si me dejarán embarcar con la mochila que llevo, o no, y tendré que pagar la penalización por haber comprado un billete low cost que ya no permite llevar una maleta pequeña y te obliga a viajar de mala manera con una mini mochila. La mía no es mini, la verdad; es un mochilón de 45L de Crossfit, con muchos bolsillos y demasiado espacio como para no llamar la atención.
Pero me libro en este viaje. Mi amiga Mery no, y tiene que pagar casi 60€ para embarcar con su pequeño trolley que, de primeras, cumplía las medidas, pero que ahora la tripulación dice que no, que no entra.
Subo al avión con la mochila a cuestas. Ahora todos corriendo porque salimos con retraso y parecer ser culpa de los pasajeros. Todos a trompicones, vamos, vamos, tomen asiento que despegamos. Acojonante: los compartimentos de arriba van casi vacíos. Nos obligan a viajar ligero, nos penalizan por no cumplir con sus medidas —abusivas y restrictivas— en cuanto a los tamaños de equipaje para sacarnos la pasta y ahora resulta que el espacio de las maletas va casi vacío.
Yo, que ya me veía pisoteando mi mochilón crossfitero para poder sentarme en los cada vez más pequeños asientos —y no, no estoy más gorda yo; son ellos los que los achican 😅—, resulta que puedo dejarlo cómodamente arriba porque no hay casi maletas arriba. Antes, necesito sacar de la mochila lo imprescindible para estar dos horas y algo sentadita —algo que me cuesta muchísimo— y sin moverme demasiado —más aún— en un espacio reducido.
Aunque no pagamos por elegir asientos juntos, a mi amiga y a mí nos toca al lado: 26E y 26F. En el D va a un señor enorme; de esos a los que, probablemente, le incomoda su tamaño por ocupar espacio ajeno en estos aviones diminutos. El hombre es amabilísimo —seguramente por esa misma razón—, y desde que llegamos y nos presentamos como compañeras de fila, su objetivo es ayudarnos a todo. Lo que no espera él es que yo suelo ir como pollo sin cabeza.
Quiero coger deprisa todo lo necesario para pasar al asiento de la ventanilla. Hago repaso mental mientras, con la mochila abierta con sus mil compartimentos y huequecitos para meter cosas, visualizo lo que necesito y dónde lo coloqué.
Libro, Airpods, cuaderno, bolígrafo, mi bocadillo de jamón
…
Ok, saco todo y paso a sentarme. A mi lado, Mery hace lo mismo; a continuación el señor, con unos folios y un bolígrafo. Mierda. Me he olvidado cosas:
El bocadillo de jamón que traía para Mery, Klinex, la botella medio caliente ya de Coca Cola de 4,75€ del aeropuerto…
Vuelvo a molestar, el hombre vuelve a bajar la mochila, la abro, saco lo restante; el hombre la vuelve a colocar arriba, y todos nos volvemos a sentar. Yo espero no haber olvidado nada, me caigo mal cuando se me olvidan cosas, porque tengo una mente un poquito caótica y funciona a su manera.
Después de chit-chat un poquito con Mery, me despido y me desconecto. En los viajes de tren, bus o avión me gusta ponerme mi música, o un podcast, e ir conmigo misma en silencio, aunque viaje con gente. No siempre puedo, la verdad 😅.
En este caso, tras un par de canciones sonando de fondo, de repente me asalta la creatividad cuando suena Fall in love again, de Rag’n’Bone Man.
💥 Boom, necesito escribir. Cojo el móvil y me pongo a ello sin más. Cuando termino, Mery me dice que alucina de mi velocidad para teclear de repente, que cómo, si tan cansada venía del trabajo, la cabeza no me para. Pues porque así funciona esto.
La creatividad te asalta. Las palabras conquistan tu mente y tú puedes hacer dos cosas: o dejarlo pasar y perder la oportunidad de crear algo, por malo que sea de primeras, o dejar todo lo que estés haciendo y subirte a la ola a ver qué surge.
Lo que surge en ese avión con esa canción de fondo es esto:
«Y pienso en el miedo que me daba al principio,
cuando no te conocía,
cuando solo conocía a otros
que no eras tú.
Ese miedo que invadía mis entrañas,
recorría mi cuerpo entero de arriba abajo
e inundaba todo mi ser
haciéndome diminuta.
Ese miedo con voz propia
que solo me decía mentiras sobre ti;
pero que antes fueron verdades
sobre otros.
Y pienso en los días en los que tu calma fue
conquistándome.
No hablo de una conquista romántica per sé,
que también;
pero también de esa que,
despacito y en silencio,
se acurruca a tu lado sin hacer ruido,
cual cachorrito.
Esa calma se metió dentro
de todos los poros libres de miedo de mi piel,
y que yo pensaba ya llenos.
Ahí, como la sangre recorre las venas
llenándolas para bombear al corazón,
se me metió bien dentro tu cariño
hasta el infinito.
Sin dejar nada libre,
y liberándome de los miedos de otros,
de la vida en general,
de mi fracaso en particular».
Respiro fuerte, bloqueo el móvil, releo, y me siento feliz de haberme subido a esa ola a pesar del cansancio del día 🫶.
Brillante Cris, como de costumbre, joder estás enamorada hasta las trancas, te animo a continuar confiando en ti, te hará más fuerte. Gracias por compartir tus buenas vibras y vivencias. Te sigo leyendo. Un beso 😘
Hermoso, Cris 🌸