La Tilde de Sólo
Tilde de Sólo, tras trece años recluida en la RAECárcel, sale a la calle en libertad condicional junto a Éste, Ése y Aquél, con todos sus femeninos y plurales.
Tarareaba en mi cabeza Las cuatro estaciones de Vivaldi cuando Asterisco, guardián de los errores, se acercó a la reja de mi celda y me dijo:
—Tilde de Sólo, recoge tus cosas. Creo que te vas. —Aunque Asterisco era muy serio en general, pues se encargaba de velar por la tranquilidad en las instalaciones carcelarias de la RAE y el buen uso de las normas establecidas por el organismo tanto dentro como fuera de allí, pude verlo esbozar una pequeña sonrisa entre dientes. «¿Se habrá hecho justicia por fin?», me pregunté.
—¿Cómo? ¿Ha habido cambios en la decisión de la RAE? —Estaba muy sorprendida. Hacía ya tiempo que había perdido la esperanza de volver a salir de aquella cárcel y, mucho menos, de poder ser de alguna utilidad de nuevo para la Lengua española.
Durante trece años había sido repudiada por la Real Academia y, aunque me constaba que muchos eran los defensores de mi uso, los mandamases de la Lengua me habían desterrado a aquella cárcel —lejos de Sólo— junto a tantos otros compañeros.
—Sí, los ha habido —contestó Asterisco sacándome de mis pensamientos. No tuve que pedir mayores explicaciones porque él mismo se dispuso a compartir conmigo lo ocurrido, mientras yo recogía mis pocas pertenencias allí. —Nadie esperaba que hubiera cambios con respecto a tu situación, la verdad, después de tantos años con el tema parado; pero parece que Pérez-Reverte se ha salido con la suya y, de lo pesado que es, la RAE ha decidido dar marcha atrás antes de que pase otros trece años más con la misma cantinela.
«Ay, Arturito, siempre metiéndose en más batallas que su Capitán Alatriste. Incansable tocapelotas», me dije sonriendo para mis adentros. En cuestión de segundos había recogido todo lo que quería llevar conmigo. El resto no me importaba demasiado y pertenecía a un periodo de mi vida que bien podría olvidar. Asterisco abrió las rejas de la celda y me hizo un gesto con la mano para invitarme a dar un paso adelante y salir al pasillo. Como una damisela lista para ir al baile, levanté la cabeza, miré al frente y le agradecí su actitud con un guiño de ojo. «Qué comience de nuevo la fiesta», pensé.
Entonces en mi cabeza oí el Allegro con brío de la 5ª Sinfonía de Beethoven, y di un paso adelante como la misma ilusión y orgullo de quien ha sido injustamente privado de libertad y ahora se le tiene que pedir perdón público. «Es a vosotros, Listillos, a los que ahora se os tendría que poner un Asterisco al lado», murmuré con sarna.
En mi paseo de vuelta a la Sala del Destierro Lingüístico, en la que trece años antes me habían separado de Sólo, fui despidiéndome de otros compañeros. Allí estaban mis vecinos más antiguos, esos a los que les habían ido desterrando a la soledad entre rejas por desuso, como a Desamigo, Durindaina o Gallinoso. Cuando pasé por la celda de Manaza y Cuñadez, que siempre me habían caído especialmente bien, me paré frente a ella.
—Chavales, una que se va. No sé si lo habéis oído pero la RAE también se equivoca y nunca es tarde para dar marcha atrás.
—Sí, algo se ha rumoreado, Tilde de Sólo, pero ándate con cuidado, amiga, que aquí donde dije digo, digo Diego —contestó Cuñadez.
En 2019, Manaza y él fueron dos de las veinticinco palabras que habían sido eliminadas del diccionario. Así, sin más, por decisión de la RAE y sin importarles qué fatídicas consecuencias tendría para ellos. Cuñadez, al menos, había mantenido su espíritu jugón aunque ya no tuviera cuñados alrededor; pero Manaza, Manaza daba penita. Había ido perdiendo su alegría, e incluso creo que había encogido unos centímetros. Se había vuelto, sin duda, mucho más torpe, y ahora eran pocas —salvo Cuñadez, porque le importaba todo bien poco— las palabras y demás reclusos en la RAECárcel que le prestaban atención y la escuchaban cuando contaba sus anécdotas. Como aquella en la que Julio Cortázar basó uno de sus grandes relatos —El perseguidor— en ella. Pero eran otros tiempos, y según los Listos de la RAE, 2019 había sido un buen año para mandarlos al carajo. Y así lo hicieron, a pesar de que como en el caso de Manaza, todavía muchos seguían recordándola y utilizándola de manera correcta; pero ella seguía privada de reconocimiento y libertad.
—Suerte la tuya, Tilde de Sólo. Ojalá no pase como conmigo, que aunque me usan yo sigo sin ver la luz del día desde ahí fuera —dijo con el ánimo por los suelos. Yo no dije nada más y me despedí de ambos con una tímida sonrisa.
Y si Manaza tuviera razón... Cuántas veces había visto, en mis trece años de reclusión, salir a compañeros de la RAECárcel. Cuántas habían salido los Listos reconociendo un error de la mano de Asterisco. «Ninguna, que yo recuerde». Y me solventé así la duda, que no hizo más que ponerme en un estado de nervios incontrolable. Fue el grandullón de Asterisco quien me sacó de mi ansiedad al pararnos en el ala de los Demostrativos. Entonces se me abrieron los ojos. Sería posible que no fuera a salir sola, que los cambios no me afectasen solo a mí. «Ay, Diosito de la Lengua, que se vengan conmigo», recé.
—Éste, Ése y Aquél, con todos sus femeninos y plurales, recojan sus cosas y marchando. Les esperan a todos en la Sala del Destierro Lingüístico para comunicarles un nuevo veredicto sobre su sentencia. Tienen cinco minutos.
Aquellos minutos se me hicieron eternos, pero por otro lado sentía la misma ilusión que un niño cuando vuelve de vacaciones y sabe que se va a reencontrar con sus amigos. Yo esperaba salir y ver a todos aquellos escritores, periodistas y gente de la calle que había seguido creyendo en mi libertad, y sobre todo, en mi reencuentro con Sólo. Qué sentido tenía mi vida separada de Sólo. Él había pasado trece años fuera, sí, pero sintiéndose completamente solo, sólo anhelando el día que pudiéramos reencontrarnos para tener sentido. Y hoy podía ser ese día.
«¿Habrá gente esperándome fuera, aclamando mi salida? Uy, incluso mejor, ¿habrá venido Arturito Pérez-Reverte liderando una pequeña congregación con pancartas?»
“¡Bienvenida Tilde de Sólo! Sólo y nosotros hemos seguido creyendo en tu libertad”, me imaginaba yo mientras mis compañeros recogían. También ellos estaban sorprendidos, pero solo hablaban entre sus parejas, plurales y femeninos.
Cuando llegamos todos a la Sala estaban allí los Listos de la RAE, con su semblante siempre serio y sumando más de ochocientos años entre todos ellos. No estaba, sin embargo, Pérez-Reverte, y entonces lo tuve claro: nos estaba esperando fuera.
Nos sentamos todos en el banquillo y esperamos a que nos contasen. Entonces el presidente se levantó y dijo, sin paños calientes:
—La RAE ha decidido este jueves que el adverbio 'Solo' (que equivale a solamente) —«como si yo no supiera a qué equivalgo», pensé —podrá llevar tilde, al igual que los pronombres demostrativos "Éste, Ése y Aquél", con sus femeninos y plurales, cuando a juicio del que escribe haya un riesgo de ambigüedad. Por ello, a partir de ahora, podrán salir en libertad sólo —y allí que me planté yo a su lado, de nuevo Tilde de Sólo— en caso de ambigüedad y cuando quien escribe requiera de su presencia. ¿Tienen alguna duda?
«Que si tenemos alguna duda…», pensé. Y antes de que pudiera levantar la mano para preguntar si seguiríamos encerrados en la RAECárcel y saldríamos sólo en momentos esporádicos bajo demanda, apareció un mujer de edad indeterminada pero con la fuerza y presencia de toda una vida luchando batallas. Era Ambigüedad, quien nos habló directamente:
—Todos ustedes pasarán a vivir bajo libertad condicional en la Casa de las Ambigüedades Lingüísticas, regentada por mí a dos calles de aquí —dijo. —Podrán salir todos los días de 7 de la mañana a 12 de la noche y andar tranquilamente por donde quieran y hablar con quienes les plazca. Eso sí, a cambio tendrán que acudir siempre que se les requiera en caso de ambigüedad a hacer su trabajo.
—Dicho esto, se levanta la sesión de este pleno y pueden irse a su nuevo destino —cerró el presidente. Asterisco se marchó con ellos.
Nosotros, sin saber muy bien qué hacer, nos acercamos y rodeamos a quien sería a partir de ahora nuestra casera. Ella, más grande y alta que todos nosotros, se agachó un poco para ponerse a nuestra altura y nos susurró:
«Mi consejo: no sólo acudan cuando el escritor les llame. Dediquen el día a hacer labores informativas de su buen uso a su gusto. Cuantos más conozcan la importancia de su persona, más los usarán y, en consecuencia, quizá algún día la RAE vuelva a cambiar su decisión y pasen a ser de uso obligatorio».
Salimos de allí un poco confusos todavía y sin saber muy bien qué nos depararía en realidad nuestro día a día a partir de la mañana siguiente. Sin embargo, al abrirse las puertas de la RAECárcel, oímos vítores y aplausos, grandes pancartas y, frente a ellas, los primeros, no sólo estaba el esperado Pérez-Reverte, sino también Vargas Llosa, Javier Marías, Carmen Iglesias o Soledad Puértolas. Todos ellos, y muchos otros periodistas, autores menos conocidos, traductores, profesores y muchos escritores noveles, nos aplaudieron durante varios minutos, dejándonos claro cuál tenía que ser nuestra labor de ahora en adelante.
SÓLO, no estás solo!!!!!!
¡Excelente relato! Yo jamás dejé de usar esas tildes diacríticas. Me resultan bellas, además.