¿Por qué (nos) mentimos?
Llevo un tiempo reflexionando sobre la cantidad de mentiras que nos acompañan día a día: las nuestras y las de otros. Mentirnos a nosotros mismos y a otros puede ser fácil a corto plazo, pero...
¿Qué hay de malo en reconocer lo que nos pasa? Si no estamos bien, si estamos frustrados, desmotivados o si no encontramos nuestro lugar en el momento que estamos viviendo ahora mismo, ¿por qué no decimos abiertamente que no estamos bien?
—¿Qué tal estás? —te preguntan.
—Estoy bien, todo va genial. No me puedo quejar —respondes.
Sí, claro que te puedes quejar, y es lo mejor que podemos hacer si eso nos sirve como arma para enfrentarnos al cambio, a la mejora en algún aspecto, a cambiar el estado en el que nos encontramos.
Reconocer estar mal en un determinado momento no debería penalizarse públicamente como se hace sino que debería ser casi un acto de celebración. Es, en realidad, el punto de partida para poder empezar a dar pasos hacia adelante, o incluso hacia atrás si es necesario.
Mentirse a uno mismo o a otros es doloroso a partes iguales, porque somos conscientes de que estamos mintiendo(nos). Esa mentira se hace más fuerte a costa de nuestro silencio. Dejar que esa voz salga al exterior cuesta después de haberla silenciado tantas veces; pero ¿no será mejor gritar a los cuatro vientos que no estamos bien? Y dejar de mentirnos y sentirnos peor por el camino.
Pero nos mentimos, nos mentimos todo el rato, casi sin parar, sin darnos cuenta, queriendo y sin querer. A nosotros y a otros. La mentira gobierna el mundo y nos gobierna a nosotros mismos; y lejos de pararle los pies, de no creerla, de ignorarla, nos creemos cualquier mentira y contribuimos a sacarla de paseo cada día para que coja fuerza.
Lo peor es que nos mentimos a nosotros mismos casi más que al resto. A veces lo hacemos para bien —las menos—, para decirnos que todo va a salir bien cuando quizá sabemos de antemano que no será así; pero casi siempre nos mentimos para mal, para boicotearnos y hacernos daño. Para posponer enfrentarnos a cambios, decisiones y situaciones que, aunque a largo plazo serán —con poco— mejores que la actual, en el presente nos es más fácil continuar dando juego a esa mentira.
Cada vez que nos mentimos a nosotros mismos estamos apagando un poco más nuestra luz interior, adentrándonos en una cueva de la que tendremos que salir después a bases de (dolorosas) verdades.
Si no estamos bien, no estamos bien; y nadie mejor que nosotros para saber que esa respuesta («estoy bien») es MENTIRA. Aunque sea más fácil escucharla; a la larga, es más dolorosa decirla sin sentirla.
Basta ya de mentir(nos). Con todo.
Y tú, ¿te mientes?, ¿mientes a los demás cuando te preguntan cómo estás? 😉 .
Espero que este post contribuya a matar un poquito a esas mentiras🔪.
Ufff... pues yo no sé si mentir y mentirse es absolutamente necesario para mantener nuestras sociedades y nuestras vidas. Y, por más que echemos pestes de ellas tampoco está muy claro que otras sociedades podriamos armar sin mentiras.
Mi blog/newsletter prácticamente gira entorno a este tema, aunque de muchos puntos de vista distintos, pues me parece hartocomplejo.
Por ejemplo. Qué sucede si viesemos las cosas tal y como son, y no supieramos qué hacer con ello. La mentira nos protege de cosas.
Madre mia, yo defendiendo la mentira, ¿dónde iremos a parar? )))
Bue, desde luego necesitamos seguir reflexionando, en algún momento llegaremos a algo, estoy seguro