Un cuento mexicano por el Día de Muertos, o lo que sea
Os cuento una anécdota real que vivimos en un día por la región de Oaxaca, y os cuento un cuento medio real, medio inventado, sobre la Muerte.
Con motivo del Día de Muertos, o el Día de Todos los Santos según si hablo con españoles o mexicanos, quería recordar un cuento que nos contó Ede, la que fue nuestra guía de Oaxaca a Monte Albán y alrededores. Pero no lo recuerdo bien 😅 y estaría inventándomelo al setenta por cien —si no más—.
En realidad, vosotros no lo sabríais, pero
mi amigo mexicano que iba conmigo, sí. Me lo imagino mandándome un audio en su mexicano norteño diciendo:«No mames, wey. Si la Ede no lo contó así. ¡Te lo inventaste del todo, hija de la chingada!»
Y qué más da. Las historias orales están para contarlas como sea, para adaptarlas al momento, incluso para inventarse algunas partes si surge. Así han pasado de boca en boca a lo largo de los siglos, y ahora, más que nunca, se hace cada vez más necesario ser capaces de enganchar la atención a través de las historias cara a cara.
Ede, aunque vive como guía turística, en el fondo también vive de los cuentos; y sin duda es una de las mejores cuentistas que he conocido —tampoco es que haya conocido muchas—, con un tono de voz que te envuelve y te acuna entera. Aunque de primeras podría parecer una persona normal de edad indefinida —podría tener 50 como 60, o 65—, bien podría ser en realidad una chamana enviada por los dioses zapotecos para esparcir sabiduría y curar la estupidez humana. También podría ser Chabela Vargas encubierta, o simplemente una mujer peculiar con muchísima energía —a todos los niveles— y tremendo encanto personal.
Pensemos que es, simplemente, esto último y sigamos adelante con la historia.
Un cuento francés mexicano
Repito: no recuerdo el cuento bien, pero sí el ataque de risa que nos pegamos después, a pesar de ser un cuento sobre la muerte 💀. Pero ya sabéis, por suerte, en culturas como la mexicana se trata la muerte de manera muy diferente a cómo la tratamos en España, cosa que no solo respeto sino que me da mucha envidia. Por eso, cuando Ede terminó de contarnos el cuento entre un trayecto y otro por la región de Oaxaca, y le pregunté al bajar de la furgoneta cómo se llamaba y de dónde era el cuento, casi me da algo cuando me dijo que era un cuento francés.
Íbamos andando y me paré en seco, y de lo más natural, pero muy indignada, le grité:
«Pero ¡qué francés ni qué francés! No he venido yo a México a escuchar cuentos franceses. El cuento es mexicano».
Y no pudo decir nada, porque Jorge casi se muere de la risa por la sorpresa de mi respuesta y mis formas 😅. Su risa debió oírse a medio kilómetro a la redonda, y Elena y yo no pudimos evitar hacer lo mismo. Y al final, el cuento quedó en un segundo plano y nos pasamos el resto del viaje riéndonos de la anécdota del cuento francés y olvidando el nombre del cuento, y los detalles del mismo.
La vida misma. Te olvidas de cosas y recuerdas otras que diluyen la que quizá fuera más importante.
En cualquier caso, el cuento —MEXICANO— era algo como que había una viejita ya muy mayor que vivía sola en su casa, y un día recibe una visita inesperada. Era la Muerte. Se presenta y le dice que viene a llevársela ya, que ya es hora de irse. Pero la viejita le dice:
«Ay, no, mija, pero déjame que te prepare antes unos tamalitos que me salen muy ricos, y hablemos un poco antes de irnos».
La Muerte, que había ido a por la vieja con el estómago vacío, se sintió demasiado tentada por la comida y decidió aceptar la invitación. Pasó a la casa y ojeó a su alrededor toda la estancia.
La viejita le puso los tamales y se sentaron juntas a comer mientras hablaban de la vida de la ancianita. Después de comer, a las dos les entró sueño y la viejita le dijo:
«Mira, Muerte, yo estoy muy cansada. Soy muy mayor y necesito descansar. ¿Por qué no te echas tú también aquí un ratito a descansar?».
Pero la Muerte le insistió:
«No, vieja, tenemos que irnos ya, o se nos hará tarde».
La viejita, agotada, le contestó que no.
«¿Quién lo dice? ¿Cómo nos vamos a ir caminando con este sueño que tenemos las dos, y el estómago tan lleno? Vamos a reposar tantito y luego ya nos marchamos».
Total que al final la Muerte se convenció porque la viejita llevaba razón. Se sentía muy llena y cansada, así que se tumbó en un camastro y se durmió profundamente.
Al despertarse, unas horas después, ya le volvieron a entrar las prisas a la Muerte, pues estaba fallando en su tarea de llevarse a la viejita a la otra vida. Volvió a decirle que se apresurase, que debían salir ya para que la noche no las pillase en el camino. Pero la anciana se negó:
«Ay, no, mija. Yo no me puedo marchar sin echarle de comer a las gallinas, recoger los huevos y dejar limpio el granero. Se volverán locas las gallinitas si no, y sin nada que comer. No, no, vamos anda ayúdame y luego ya nos vamos».
La Muerte miró su reloj y pensó que aún podían estar un tiempo más para hacer esa tarea y que la viejita se fuera en paz. Accedió y la ayudó como ella quería. Pero al terminar, ya casi era de noche, y de nuevo se encontró con el estómago hambriento.
La viejita, tan lista, le dijo que prepararía un poco de mole, que le salía muy rico, y cenarían y se acostarían pronto para poder salir temprano a la mañana siguiente. Y así lo hicieron, pero al llegar el nuevo día, cuando la Muerte se levantó después de un sueño profundo, la viejita estaba preparando una tarta.
«Pero vieja, ¿qué haces?, si nos tenemos ir.
«No podemos irnos, porque es que mañana es mi cumpleaños y tengo que preparar una tarta, porque vendrá alguien a visitarme. Además, quiero ponerme un vestido nuevo que compré para la ocasión. Quiero que me vea guapa».
Y la Muerte sabía que la familia de la ancianita no iría a verla, y era triste que estuviera sola el día de su cumpleaños, o que se la llevase justo antes.
Al ratito, la vieja se empezó a sentir mal y quiso descansar el resto del día. La Muerte no podía llevársela así, sin que ella pudiera andar, así que la dejó descansar todo el día, y al día siguiente, cuando despertó con poquita energía, pero con la ilusión de una niña que esperaba sus juguetes nuevos por el día de su cumpleaños, sacó de su armario una caja donde la vieja guardaba su vestido nuevo.
La abrió y encontró un vestido blanco, como de novia, pero que no va a ningún casamiento, sino a recibir a la propia muerte. Sonrió con tristeza, pues la viejita se había portado muy bien con ella, le había abierto su casa y le había dado cobijo con mucho cariño.
Cuando le preguntó por qué lo había hecho, la viejita le contestó:
«Ay, mija, porque no quería quedarme a las puertas de cumplir los cien años, ni quería estar sola. Ahora hemos pasado juntas dos días, y aquí estás, ayudándome a vestirme con el vestido que había comprado para ti».
Y colorín, colorado, este cuento mexicano se ha acabado. Igual me lo he inventado al setenta y cinco por ciento. Os diré en cuanto
y lo lean y lo confirmen 😆. Pero espero que igualmente os haya gustado.Con 💖. Si te resuena, deja un comentario 👇🏽. O en cualquier caso, déjalo igual 😅.
Me gusta mucho ver cómo personas de otras culturas y países disfrutan las tradiciones mexicanas -aunque haya un poco de francés, jeje-. Me ayudan a valorar lo que se ha creado aquí en mi país. Muchas gracias, un abrazo ✨️
Hasta los diálogos estuvieron bien logrados. Sólo te delató la torta en vez de pastel. Si no, casi que sí es un cuento mexicano hecho y derecho (aunque sea medio francés).
Chulada ;)