El pozo de la abuela
Aunque la idea de este relato de ficción surgió hace ya años, fue en el I Retiro Creativo Lardero 2025, de Coleman Ediciones, cuando vio la luz.
El objetivo de este ejercicio en el Retiro Creativo era elegir un narrador y un rasgo oscuro de la personalidad. Como en el segundo ejercicio del fin de semana no recreé la voz infantil del narrador, decidí intentar usarla en este relato.
¡Espero que os guste! Abajo podéis comentar sobre lo que os ha parecido, ¡a ver si adivináis el rasgo oscuro que elegí!👇🏽
Muchas de las veces que vamos al pueblo, oigo a mi abuela decir que con tal de ver al vecino ciego, ella se quedaría tuerta, y con gusto. No disimula ni lo dice bajito. Quiere que lo oigamos todos.
Yo no entiendo muy bien a qué se refiere con esa frase; pero veo a mi madre apretar la mandíbula. Su cuello parece un alambre de tender, tenso, y la noto incómoda. Entonces entiendo que decir eso debe estar mal, muy mal. Si lo pienso, qué sentido tiene quitarse un ojo para ver al otro ciego. Es como prender fuego a tu casa solo para que se incendie también la del vecino. No lo entiendo.
A mí no me gusta ir al pueblo. En realidad, lo que no me gusta nada es tener que ir a la casa de mi abuela, la madre de mi padre. Su casa huele a gallinas que duermen en paja rancia, o a huevo podrido, no sé. Es una mezcla maloliente, porque ella también huele mal, pero no sé a qué.
Lo que sí sé es que no me quiere, y quizá por eso no me gusta ir a verla. Noto cómo mira a mis primos, o a mi hermano; los acaricia con la mirada cuando estamos todos, sobre todo cuando yo estoy con ellos. Y, aunque aún me queda lejos poder mirarla frente a frente, directamente a esos ojos de serpiente que tiene bajo las gafas de pasta blanca, siento que a mí me mira diferente. Con desprecio. Casi con asco, como a un bicho de esos que se meten entre las sábanas y al que quieres aplastar de un manotazo, pero no lo haces porque hay alguien contigo en la habitación y queda mal. También parece que a mi madre se la arrancaría de encima como a un moco, pegándola en la pared o debajo de la mesa camilla de su salita para no tener que verla nunca más.
A mamá y a mí apenas nos mira, y cuando se dirige a nosotras, lo hace con frases raras. Parece que no quiere decir lo que está diciendo, sino lo contrario. Sé que se guarda palabras y, aunque no las dice, yo las siento igual. Se cree que porque no soy todavía muy mayor no me doy cuenta, pero mi profe dice que soy observadora, y que por eso cuento buenas historias.
Cuando vamos al pueblo, mi madre siempre intenta que vaya a ver a esa abuela, y no me quede solo con mis abuelos «los buenos», en su casa todo el fin de semana. Pero es que a mí no me gusta subir a ver a esa abuela. Me recuerda a uno de esos personajes maléficos que he visto en películas, como la madrastra de Cenicienta, o la reina maligna, de Blancanieves.
Mi abuela me cae peor que la peor de las villanas.
El otro día, cuando fuimos a comer a su casa por Reyes, me dio un regalo que ya me había dado el año anterior. Como siempre, era morado y diferente al de mi prima pequeña. Como siempre, dijo «para la niña el morado, que es el color de las tontas». Así lo dijo, igual que las navidades pasadas, con esa sonrisa de víbora vieja que, aunque sea lo último que haga, quiere soltar su veneno como sea. Siempre dice la misma frase cuando me hace un regalo, siempre morado y distinto al de mi prima, que se los envuelve en papel dorado y se los da con otro cariño.
A mi madre no le dio nada. Dijo que se le había roto justo esa mañana, como si los regalos que una compra se rompieran solitos, por arte de magia. A mi hermano le compró lo que quería; igual que a mi tío, a mi primo Antoñito y a mi padre, siempre el más guapo, el más listo y el que más lejos ha llegado, «si no fuera por haberse casado tan pronto y con esa», remataba.
A mí me dan igual sus regalos, si se queda tuerta o si su casa arde, porque cuando voy a verla intento no prestar atención a lo que dice. Si no fuera porque cuando estoy ahí quieta, alrededor de la familia, y miro a mi madre, siento que algo dentro de mí se pone oscuro y se hincha, como una fruta podrida que no se ve por fuera, pero que sabes que está llena de gusanos. Es algo que no sé cómo se llama, pero que me hace querer que un día, cuando la abuela se levante de su silla, se tropiece con el borde de la alfombra esa fea que tiene en el salón, y se rompa los dientes contra el suelo frío de su casucha vieja.
Y que nadie la ayude a levantarse.
Siempre que volvemos del pueblo, aunque mi madre crea que no me doy cuenta, intenta tener un momento a solas conmigo antes de dormir y me habla de no tener en cuenta lo que mi abuela dice o hace cuando estamos en su casa. Mamá dice que eso que lleva la abuela dentro, y saca con nosotras, no es culpa suya.
«Ya, pero tampoco mía», le digo. Y cuando me acuesto después de esos viajes al pueblo, a mí me da miedo asomarme a ese pozo negro en el que está mi abuela, por si me caigo. Por si ese pozo también es mío mañana.
¿Qué rasgo oscuro creéis que elegí para esta vieja?
Esta vieja es un portento. Una mezcla entre médium rencorosa, experta en Micro humillaciones y curadora de odios heredados. Lo fascinante —además del ritmo hipnótico y la voz narrativa, que es una joya— es cómo logras que ese veneno nos llegue en pequeñas cucharadas dulces, como jarabe infantil con regusto a arsénico.
Diría que el rasgo oscuro es la envidia, pero no una envidia cualquiera: una que se ha macerado tantos años que ha adquirido textura de tradición familiar. La abuela no quiere que todo el mundo sea desgraciado… solo que nadie sea más feliz que ella. Y eso es muy distinto.
Qué importante y valiente es escribir desde esa conciencia de lo que se calla en las casas, de lo que pasa entre plato y plato, mientras se reparte el roscón y el resentimiento. Qué necesario nombrar esas violencias minúsculas que, como el olor a gallina, se te pegan a la ropa aunque te duches tres veces.
Y qué suerte poder compartir lecturas como esta desde la distancia y, aun así, sentirnos parte del mismo linaje de los que escriben porque sí… y porque no queda otra.
¿un poco de psicopatía, entendida como falta de empatía? Para mí sería algo así como el lado oscuro de la Emperatriz y/o el Ermitaño :)